LA VIDA LENTA
Julia Lyga
El arte de caminar. Es algo tan sencillo y cotidiano que ya no llama la atención de la gente típica. Sin duda, es algo que hacemos sin pensar. Nacemos, crecemos, y caminamos. Es por eso, por su naturaleza, que no le damos la importancia que merece, hasta que, en algún momento inesperado, muestra su valor.
En los
Estados Unidos siempre estamos apurados, con nuestros ojos y mentes tan fijados
en el futuro: en el próximo quehacer, en lo que vamos a cenar, cómo nos vamos a
vestir mañana. Olvidamos disfrutar del momento. Olvidamos respirar un poco, y
olvidamos estar agradecidos. Aquí en Toledo, la manera de vivir es mucho más
lenta y relajada. Uno puede fluir sin destino pero todavía llega a donde
necesita llegar. Me he perdido muchas veces en las calles estrechas, llenas de
piedras, pero nunca me ha dado nada de ansiedad porque cuando miro a mi
alrededor, aunque haya gente, muchos ruidos, y una abundancia de olores, es
evidente que no hay prisa.
La cosa más
alucinante que ha venido con este cambio de ritmo ha sido el sonido que oigo en
las horas tempranas de la mañana; el que se escapa de las señales de cruce en
las calles. Es parecido a los pájaros, cantándote una canción que sólo ellos
saben. En la dulzura de la luz de la mañana, cruzo mi calle cada día para embarcar
en mi ruta a la Fundación. Ese ruido calmo y sencillo me ocupa la mente, y
momentáneamente se me olvida todo lo que me ha estado molestando, lo que no me
ha ido bien, y pienso activamente de dónde estoy en el momento, mientras los
coches se detienen para que yo pueda cruzar.
En camino a
la Fundación, nunca puedo tener prisa. No por mi propia elección a veces, sino
porque la gente de Toledo vive de una manera más ligera; toma más tiempo para
apreciar el camino en vez del destino final. Me encuentro muchas veces parada
detrás de una familia o pareja que está tomando su tiempo escalando la colina
hacia el centro. Conscientemente, entonces, decido sincronizarme con sus pasos
lentos. Si llego unos minutos tarde, ¿qué va a pasar? Muchas veces, “no pasa
nada”, como se dice frecuentemente aquí en España. Caminando lentamente, me doy
cuenta más de mi entorno y también de lo que siento. Esa introspección es
sumamente saludable.
Ese
sentimiento no sólo me pasa al caminar, sino también cuando estoy en casa. Mi
madre anfitriona y yo pasamos mucho tiempo descansando. Si vamos a dar un
paseo, no hay expectativas de cuánta distancia tenemos que cubrir, simplemente
caminamos hasta que nos sentimos satisfechas. Durante el corto tiempo que he
pasado viviendo en Toledo, he aprendido con más claridad que la vida realmente
no tiene reglas; que nada nos dice que tenemos que vivir de una manera u otra,
y que no siempre hay que tener un plan. Los momentos buenos surgen de repente,
y hay que aceptar cambios fuertes y suaves, que vienen a veces de golpe. Al
principio fue frustrante porque soy alguien que le gusta tener siempre muchos
planes y poner todo en orden, pero aquí todo tiene su propia manera de
arreglarse, solamente necesitas la mente correcta y paciencia.
Estar en
Toledo es un descanso de mi vida ocupada. Pero al mismo tiempo, tengo un
armario nuevo de preocupaciones. Ya no es el tiempo que me pone nerviosa, el
tiempo está mayormente fuera de mi control aquí, y eso es refrescante. He
aprendido el arte de caminar sin destino, y de sentir alivio al perderme en vez
de miedo, porque, entonces, puedo encontrar un tesoro escondido: un restaurante
diferente, una tienda de libros antiguos, una vista única del río Tajo. Hay una
libertad profunda en el no saber.
Entre los
cipreses, palmeras y olivos, puedo desaparecer, y durante una caminata por las
calles alineadas con piedras, puedo observar que hay tanta gente como yo,
sometidos en el momento. Y no me sonríen porque aquí eso no se hace con los
extranjeros, pero todavía siento una sensación de calidez por existir al mismo
tiempo con ellos, y estar aquí en Toledo juntos.
Ahora, con
el ruido de ese pájaro cantando en la calle y la vista de la gente cruzando,
riéndose mientras comparten unos trozos de pan, la paz de estar quieta me invade.
Es el encantamiento imperdible de Toledo. Con el tiempo, respiro suavemente esa
realidad, dejándolo entrar en una parte diferente de mi cuerpo cada día.
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